¿Quién no está hoy en día en algún grupo de
whatsapp? El problema es que dichos grupos casi siempre degeneran. Los de
padres de alumnos, por ejemplo, suelen convertirse en patios de vecinos donde
se pone a bajar de un burro a maestros y profesores. Esta semana hemos sabido
que los maestros de cierto colegio madrileño tenían un chat privado en el que
se dedicaban a poner verdes a los niños y a sus padres. Alguien ha hecho una
selección de los comentarios más vejatorios y los ha buzoneado por el pueblo, y
ahora a los profes los quieren linchar. Esto me recuerda una ocasión en la que unos
amigos y yo tomábamos café al tiempo que rajábamos apaciblemente contra unos individuos
que perpetraban cierta web literaria. A los pocos días, en dicha web se citaban
fragmentos de nuestra conversación aderezados con un surtido de insultos hacia
nosotros. Algunas veces yo también critico y oigo criticar a mis alumnos, con
frecuencia en términos poco edificantes. Incluso los padres y las madres
merecen más de un comentario que en otro contexto podría considerarse ofensivo.
Sé de buena tinta que los alumnos hacen lo mismo con nosotros, entre ellos y
con sus familias. Me imagino que, al acabar la jornada, el policía municipal
comenta con sus compañeros lo que le ha pasado con ese idiota al que quiso
multar y lo cubrió de insultos. Hasta puede que los jueces y médicos
despotriquen lo suyo en sus círculos de amigos (siempre sin quebrantar el
secreto profesional o el secreto de sumario). Conviene separar el ámbito
público del privado. A nadie se le debe negar el derecho de desahogarse en
privado, entre gente de su confianza. Lo demás son cazas de brujas. Y, puestos
a linchar a alguien, yo siempre me decantaría por el soplón.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 10/4/2015
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