El sábado pasado visitamos Chinchilla invitados por
Arturo Tendero, que ha sido alcalde y concejal de cultura, y presume de
chinchillano de adopción cada domingo desde estas páginas. Fuimos más de
cincuenta los que empleamos toda la mañana y buena parte de la tarde en deambular
por ese túnel del tiempo que es Chinchilla, que viene a ser el barrio antiguo
del que Albacete carece, el centro histórico de una ciudad que prácticamente
carece de historia. El hecho de que se encuentre a 15 km de esta capital, que
en realidad nació a su sombra, ha sido al mismo tiempo su bendición y su
condena. Chinchilla ha mantenido sus esencias, pero los albures del tiempo y la
cercanía de Albacete precipitaron su declive. Hemos leído sobre la historia de
Chinchilla, pero una cosa es la historia y otra las historias, e historias
fueron las que Arturo nos contó durante el recorrido. La de César Borgia,
prisionero en la fortaleza que hoy vemos desmochada, que muy cerca estuvo de
precipitar al alcaide desde lo alto de la torre del homenaje. La de esa sima de
la Plaza Mayor que se tragó cinco camiones de tierra y escombro sin inmutarse. La
de aquel intrigante corregidor de Albacete que impidió que Fernando VII
pernoctara en Chinchilla, pero no pudo evitar que el monarca Borbón la
proclamara villa fidelísima. Historias y más historias. Precisamente la semana
entrante celebramos el Día del Libro. La sustancia del mundo es amorfa hasta
que la moldea un narrador. Como el magnífico escritor que es, Arturo lo sabe
muy bien. Sus relatos convirtieron una reunión de amigos en una jornada para el
asombro y el recuerdo. Puede que Chinchilla esté a punto de perder un buen
concejal y alcalde. Sin embargo, mi ingenuidad me hace pensar que el mundo
necesita más escritores y menos políticos.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 17/4/2015