La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

domingo, 10 de febrero de 2013

El antivirus



Mi portátil tarda cada día más tiempo en arrancar. Recién comprado, apenas tenía que esperar un minuto desde que pulsaba el botón de encendido hasta que podía empezar a trabajar con él. Ahora, entre un momento y el otro me da tiempo a tomarme un café, ir al servicio y, en los días peores, incluso bajar a comprar el periódico. Me dicen que debo tener algún virus informático, pero mi antivirus no protesta, y eso que lo mantengo escrupulosamente actualizado. Aunque, tratándose de un antivirus gratuito, puede ser que se haya vendido al mejor postor. Es el problema de estar poco acostumbrado a pagar por cosas de internet: música gratis, películas gratis, libros gratis, antivirus gratis. Todo gratis, sí, pero al final acaban metiéndotela doblada. A buen seguro, mi antivirus gratuito está actuando a modo de caballo de Troya, abriéndole la puerta de atrás de mi portátil a toda suerte de software comercial, espía o qué se  yo. A saber qué es lo que ocurre en los entresijos de mi máquina durante esos cinco minutos largos que el sistema operativo tarda en arrancar. Me imagino que el antivirus, como si de un capo mafioso se tratara, va ganando terreno poco a poco, estableciendo día a día su dominio sobre mi memoria ram y mi disco duro, facilitando mi información personal de forma ilícita, robando mis contactos y vendiéndolos a anunciantes sin escrúpulos, chivándose de mis gustos (hasta de los más inconfesables), aireando mi información bancaria… A lo mejor un día conecto el ordenador y descubro que mi antivirus gratuito ha completado el proceso de despedazarme y venderme en trocitos. Lo sabré porque de pronto habré dejado de recibir emails de mis amigos y familiares. En mi correo solo habrá mensajes de vendedores de viagra, de alargadores de pene, de fabricantes de relojes rólex de pega. Prefiero no pensar en ello, porque en los últimos días todo el correo que he recibido ha sido como el que acabo de describir. Me llega tanto correo basura que mis filtros de spam se han declarado en huelga y han dejado de eliminarlo. Me siento solo y asediado por vendedores de cosas cutres. Y todo es por culpa de mi antivirus gratuito, que al final me está saliendo muy caro. ¿Y quién sabe cómo terminará esto? Hasta podría ocurrir que el alevoso software acabe tomando el timón por completo, no ya de mi portátil, sino de mi vida entera. A lo mejor un día me levanto y descubro que ya no existo porque él ha usurpado mi personalidad por completo. Ahora es el antivirus quien controla mis cuentas bancarias y dilapida mis ahorros en viagra y alargadores de pene y rólex falsos. Una idea sin duda inquietante que, sin embargo, encierra también su dosis de consuelo. Ya que mi antivirus gratuito se ha propuesto usurpar mi personalidad, que lo haga a conciencia y sea él quien asuma la tarea de ser yo: que haga mi trabajo, que pague mis impuestos, que afronte mis deudas, que solucione mis problemas y que les pare los pies a esos imbéciles que me complican la existencia. Que sea él quien viva mi vida. En cuanto a mí, libre de mí mismo y de esta trabajosa identidad que he construido durante tantos años, puede que tenga tiempo por fin de hacer esas cosas que siempre he querido hacer: cultivar un huerto, practicar el yoga, abrazar el budismo, aprender japonés, escribir poesía… ¿Pero qué estoy diciendo? No quiero hacer ninguna de esas idioteces. Quiero seguir siendo quien soy. De modo que aquí y ahora me declaro en rebeldía contra mi antivirus gratuito y sus insidiosos planes, y anuncio mi intención de acabar con él por el heroico procedimiento de formatear mi disco duro. Y si el lunes próximo esta columna trata sobre viagra, alargadores de pene y rólex falsos, entonces sabrán ustedes quién ha ganado la batalla.

Publicado en La Tribuna de Albacete el 11/2/2013

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