La Ley de Murphy

La Ley de Murphy
Eloy M. Cebrián

martes, 14 de agosto de 2012

Sueño y vigilia


Cuando a Marilyn le preguntaron qué se ponía para dormir, ella respondió que tan solo unas gotas de Chanel Nº 5. Me consta que mucha duerme de la misma guisa, sobre todo ahora que los calores aprietan. Yo, sin embargo, soy incapaz de dormir en pelota picada. Y no es una cuestión de pudor, como comprenderá cualquiera que haya estado siguiendo estas columnas. Mi problema es mucho más complejo, con raíces que no sé si definir como neurológicas o directamente psiquiátricas. El caso es que, si me acuesto completamente desnudo, cuando me duermo sigo desnudo en sueños. Veamos, supongamos que en mi sueño estoy llamando al timbre de una vivienda. Entonces se abre la puerta y aparece mi madre, mi abuela o la directora de mi instituto vestida de lagarterana. Y en ese instante descubro, para mi horror, que estoy enseñando mis vergüenzas. Si en el sueño estoy dando clase (cosa que hago a menudo en la vida real), de repente comienzan a oírse risitas que muy pronto se convierten en carcajadas. Y entonces me doy cuenta de que, mientras yo me esfuerzo para que mis alumnos comprendan los misterios de la voz pasiva, ellos se están solazando con la visión de mi retaguardia al descubierto. Cualquier profesor ha sufrido alguna vez el bochorno de que sus alumnos lo vean con la bragueta bajada. Pero lo de explicar la voz pasiva en plan nudista es demasiado, incluso para un sueño.
Tendemos a pensar que cuando soñamos ingresamos en un mundo paralelo, un universo construido a semejanza del nuestro, pero donde imperan reglas distintas. Eso nos concede la capacidad de volar, de actuar con los Beatles o de ligar con alguna estrella del cine o de la televisión. Incluso, con frecuencia, podemos volver a encontrarnos con seres queridos que ya fallecieron sin que ello se nos figure extraño ni perturbador. El sueño es el cuarto de juegos del durmiente, donde todo es posible. Sin embargo, mi experiencia me ha permitido constatar que la frontera entre el sueño y la vigilia es mucho más delgada de lo que imaginaba. Si me acuesto en pelota, soy como el emperador del cuento. Si el despertador suena, el pitido se convierte en un elemento más de mi sueño, lo que me permite ignorarlo y seguir durmiendo. Una noche que estaba griposo la fiebre me hizo soñar que me encontraba en el infierno.
Todo esto me conduce a una pregunta. ¿No cabe imaginar que esa frontera sea permeable en ambos sentidos? Es decir, ¿quién me dice que algunas de las cosas que tomo por reales no sean también elementos de un sueño (o de una pesadilla) infiltrados en la realidad? Aunque suene extraño, la idea no deja de encerrar una gotita de consuelo. Desde hace tiempo me despierto, igual que la gran mayoría de mis conciudadanos, con la angustiosa sensación de que el mundo se acaba. Cuando no es la prima de riesgo son las cifras del paro. Un día despiden a varios de mis compañeros y al siguiente descubro que me han dejado sin paga extra de Navidad. Hace un rato, charlando con un amigo, le he hablado de un viaje que proyecto desde hace tiempo. «Fíjate en todo muy bien y haz muchas fotos», me ha dicho, «porque dudo que tu hijo pueda permitirse hacer ese viaje. Así al menos podrás contárselo». Nos empobrecemos a marchas forzadas. Derechos que creíamos garantizados se han evaporado, y el mundo en general se ha convertido en un territorio inestable y peligroso. Pero podría ocurrir que todo esto no estuviera ocurriendo de verdad, y que estas catástrofes no fueran más que el efecto de la permeabilidad entre el sueño y la vigilia.
Tiene que ser una pesadilla, sí. Pero de las pesadillas se despierta. ¿No habrá llegado el momento de que vayamos despertando?

Aparecido en La Tribuna de Albacete el 13/8/2012

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