En un relato leído hace tiempo, un hombre observa como alguien es
humillado. Quien inflige la humillación es el vendedor de entradas de un circo.
El humillado es un hombre muy tímido que va en compañía de su hijo. El
observador comprende que ese niño tendrá que crecer con el recuerdo de su padre
siendo vejado por semejante energúmeno, y decide aprovechar la circunstancia de
que sufre una enfermedad terminal para imponer un poco de justicia en el mundo.
La cuestión es que asesina al energúmeno y deja una notita explicativa. Y luego
continúa su campaña justiciera ejecutando a todos los maleducados que encuentra
y dejando notas sobre sus cadáveres en las que se explica que han muerto por groseros.
Lo que sigue es una oleada de cortesía versallesca jamás vista en aquella
pequeña ciudad norteamericana. Sentencia de muerte para
la grosería, se titulaba el relato. Su autor era
Jack Ritchie.
Recuerdo que cuando me fui a estudiar a Valencia, hace treinta años de
esto, me llamó la atención la diferencia de modales entre la gente de allí y la
de aquí, sobre todo en los comercios. Aquel adolescente albaceteño estaba
acostumbrado a cierta hosquedad en el trato, a dependientes malhumorados que te
atendían como si te estuvieran perdonando la vida, y fue a parar a una ciudad
donde la chica de la panadería sonreía y charlaba con la clientela, y donde la
señora de la carnicería te llamaba «cariño» al entregarte tu cuarta y media de
magra de cerdo. Comprendo, por supuesto, que cualquier generalización encierra
un error y una injusticia, y que las personas corteses conviven con los patanes
en todos los lugares del mundo. Sin embargo, no fui el único albaceteño de mi
quinta en observar que en otras ciudades, sobre todo en grandes capitales, la
gente era bastante más educada que aquí. Pues bien, me complace anunciar que
con los años esa tendencia ha cambiado, y que hoy en día en el comercio de
Albacete lo que predominan son los buenos modales, lo que no dejan de ser una
muestra de profesionalidad en aquellas personas que trabajan de cara al
público.
He visto abundantes ejemplos de esto en bares, restaurantes, zapaterías
y supermercados, pero me gustaría citar uno en concreto por lo que tuvo de
ejemplar para mi hijo, que me acompañaba en ese momento. Nos encontrábamos en
una tienda de electricidad y había bastante gente esperando ser atendida. El
dependiente era un señor de mediana edad, y la clienta una anciana con algún
problema en la instalación de su vivienda. El caso es que la pobre mujer no
acertaba a explicarle el problema al encargado, y respondía a sus preguntas
como buenamente podía, sin acabar de entenderlas del todo. Los que esperaban se
impacientaba, miraban su reloj, bufaban y gruñían. Pero el encargado del
negocio, lejos de perder la compostura o despachar a la señora con malos modos,
siguió reformulando sus preguntas hasta comprender cuál era el problema, todo
ello con infinita paciencia y cortesía, tratando a la anciana con una
amabilidad digna de encomio. Creo recordar que yo también llevaba algo de
prisa, pero asistí a la escena encantado, pensando en lo hermoso que sería
vivir en un mundo en el que todo el mundo se comportara de ese modo, y en la
fantástica lección de respeto por el prójimo que mi hijo estaba recibiendo gracias
a aquel buen señor.
Incluso llegué a pensar que, igual que en ese relato se dicta una
sentencia de muerte a la grosería, se deberían instituir también premios para
comportamientos ejemplares como el que acabo de relatar. Por suerte, en nuestra
ciudad cada vez habría más candidatos.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 23/7/2012
1 comentario:
Recuerdo haber leído hace bastantes años el relato de Ritchie. Pues donde te gustaría vivir es en el Japón. Allí el cliente es dios, además de las reverencias hasta el suelo, se le habla con un registro de habla llamado "de hipercortesía", con formas nominales y verbales y pronombres distintos de los otros dos registros que existen, el familiar y el de cortesía. El que no domina mucho el japonés ha de pedir a veces que le hablen en el registro de cortesía para entenderles.
Un recuerdo también desde aqui a la encargada de la tienda de electricidad de la calle Colón, los de Cuenca ya saben quien és, una persona también amabilísima.
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