Existe una «atracción por el abismo», un deseo oscuro e insuperable que nos hace anhelar la muerte. Eso tal vez explicaría algunas de las cosas que están ocurriendo. Hace unas semanas escribí sobre ese «Gran Colisionador de Hadrones» que iban a poner en marcha en Suiza, y que según algunos científicos agoreros podía provocar el fin del mundo. Enseguida supimos que el ingenio se había averiado al poco de comenzar a zumbar, y que las reparaciones necesarias iban a durar meses. Pensé que con eso quedaba suspendido el fin del mundo, o al menos aplazado sine die. Las noticias de los últimos días, sin embargo, me han hecho desistir de mi optimismo. Parece que no necesitamos aceleradores de partículas para destruir el mundo tal y como lo conocemos. Basta con la codicia infinita del ser humano en combinación con una fe también infinita en el capitalismo y en el libre mercado. Si a eso le sumamos la estupidez de los gobernantes, el desastre está servido. Tal vez no podamos hablar de un Big Bang propiamente dicho. Pero el inglés es un idioma rico en onomatopeyas, y parece que nadie va a librarnos del Big Crack que se nos viene encima. Siempre y cuando no arreglen el «Gran Colisionador» a tiempo de desencadenar ese final definitivo por la vía rápida.
Si no me equivoco, empecé a oír hablar de la crisis allá por el mes de julio, cuando disfrutaba de la calma chicha de mi retiro rural. Eran los días en que Zapatero prohibió a sus ministros usar la palabra crisis porque era muy fea. Reconozco que casi se lo agradecí. Yo por esos días andaba ensimismado con el crecimiento de mis rosales, y aquello de que el país estuviera en crisis rompía mi sosiego. Pero ni a mí ni a Zapatero nos funcionó la táctica del avestruz. Han pasado un par de meses y estamos en medio de una crisis gordísima. Y para colmo de males mis rosales se han secado.
Hoy no se puede encender la radio o la televisión sin tener la impresión de que nos están retransmitiendo el Apocalipsis. Las bolsas se hunden. Por todas partes quiebran bancos y empresas. A Sarkozy se le ha acentuado la cara de estreñido, y a la canciller Merkel parece que se le haya muerto el gato o el marido. Si se fijan, la cara de Zapatero empieza a parecerse a una de esas máscaras que representan la tragedia, y su mirada está más líquida y atribulada que nunca. Rajoy, tan patriota él, se siente tan deprimido que hasta el desfile del Día de las Fuerzas Armadas le parece «un coñazo». El único que sigue sonriendo con cara de tonto es Bush, mientras les dice a sus gobernados (que somos todos) que estén tranquilos, que aquí no pasa nada. Pero no nos lo creemos, porque sabemos que él se va de la Casa Blanca y se vuelve a su petróleo y a su rancho de Texas, dejándonos la economía mundial hecha unos zorros. Sospecho que a Obama y McCain la crisis les ha amargado la campaña, y que la presidencia que tanto codiciaban hace apenas unos meses empieza a parecerles un regalo envenenado. No me extrañaría que cualquier día de estos se inventaran alguna enfermedad para poder abandonar la carrera presidencial de forma airosa, igual que los niños que no quieren ir al colegio. Cualquier cosa antes de convertirse en presidentes de un país que se hunde y que arrastrará con él a todos los demás, como si de fichas de dominó se tratara.
¿Cómo empezó todo este embrollo? ¿No fue por culpa de las hipotecas-basura? No entiendo ni jota de economía, pero me huele que la codicia especulativa está en el origen de todas las crisis, ya sean financieras o del ladrillo. El afán de hacer dinero fácil ha hecho entrar en quiebra al sistema bancario norteamericano. Los bancos de aquí no suelen conceder préstamos de alto riesgo. Tal y como están las cosas, no nos concederían un préstamo ni aunque pusiéramos a nuestra difunta abuela como aval. Pero da lo mismo. La globalización, que tan útil resulta a la hora de comprar i-phones y zapatillas de deporte, tiene ciertos efectos negativos. Y uno de ellos es que, si la banca norteamericana se hunde, la nuestra va detrás. Los bancos tienen la culpa de la crisis. Ahora los bancos quiebran y los gobiernos tratan de salvarlos inyectando en ellos dinero público, que es nuestro y no suyo. Qué gran invento éste de la banca. Se lucran con el dinero de todos y, cuando tienen problemas, se les ayuda también con el dinero de todos. ¿Podemos esperar que los bancos ayuden alguna vez al ciudadano en apuros? Lo digo porque el gobierno no parece dispuesto a hacerlo. Esto lo afirmó Rajoy el mismo día que calificó el desfile de las Fuerzas Armadas como «un coñazo». Cada vez habla con más sensatez este hombre.
Por cierto, dentro del desastre general, tengo muchísima suerte por ser profesor en Castilla-La Mancha. Barreda ha decidido celebrar la crisis regalándome un ordenador portátil junto a otros 28.500 compañeros. ¿Por casualidad alguno de ustedes necesita un portátil? Se lo dejo baratito.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 17/10/2008
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