Este año me he perdido la cabalgata de apertura de la Feria. Y el pasado. Y me parece que el anterior también. Con el paso de los años uno va construyendo sus propias tradiciones, y lo de perderme la cabalgata se ha convertido en una de mis tradiciones privadas. En mi infancia era muy distinto. La casa familiar estaba en un principal cuyos balcones se asomaban a la calle de la Feria, y la cabalgata era uno de los acontecimientos más esperados del año. Qué impresionante y gozoso espectáculo era aquel abolindio de balcones repletos, aquel desfile de caras extrañas, parientes lejanos, conocidos y gorrones en general que sólo se acordaban de visitarnos aquella tarde en concreto, y a los que, concluido el desfile, no volvíamos a ver hasta el año siguiente (si bien es cierto que algunos tenían el detalle de presentarse con una bandejita de pasteles).
Con todo, he de confesar que esta vez he sucumbido a la tentación de ver parte de la cabalgata por una cadena local. Y allí estaban esas simpáticas carrozas con alegorías de nuestras tradiciones, edificios emblemáticos y artesanías, esas mancheguitas con moños y refajos, y esos vociferantes adolescentes con sus camisetas y sus botas de vino. El tiempo es una ilusión, me dije. Porque una de las características más notables de nuestra Feria es la fidelidad con que se copia a sí misma. Y para corroborarlo no tuve más que darme una vuelta por el paseo y los redondeles. Qué colosal déjà vu. Todo era exactamente igual que lo recordaba, hasta el más ínfimo detalle. Me dio por pensar en el pueblecito aquel de Brigadoom, el de la película de Gene Kelly. Se trataba de un pueblo encantado que surgía de la niebla un único día cada cien años. El resto del tiempo sus habitantes lo pasaban dormidos, como la Bella Durmiente, con lo que para ellos un siglo transcurría en una sola noche. A lo mejor nuestra Feria sufre un encantamiento análogo. La noche del 17 de septiembre los albaceteños nos volvemos a casa convencidos de que los feriantes van a recoger sus bártulos y a marcharse, y luego la Feria se va a quedar vacía hasta el año que viene. Pero a lo mejor lo que ocurre de verdad es que, al mismo tiempo que el último visitante cruza la Puerta de Hierro, se pone en marcha el hechizo y todos los feriantes (operarios de atracciones, vendedores de churros y garrapiñadas, dueños de puestos de juguetes y berenjenas de Almagro) se queden sumidos en un profundo letargo que les dura hasta septiembre del año siguiente. De otro modo, ¿cómo se explica que la repetición sea tan perfecta, hasta el último e insignificante detalle? Si hasta el saludo de Feria de la alcaldesa Oliver tiene ese tono arrebatado y un poco delirante que tenían los de Pérez Castell.
La Feria se repite. Esto es un hecho y no una crítica. Y a lo mejor debe ser así, pues siempre he pensado que los albaceteños no digerimos muy bien los cambios, por mucho que los políticos se empeñen en vendernos la imagen de un Albacete dinámico y futurista. Pase lo de la fábrica de helicópteros. Pasen el palacio de congresos y el AVE. Hasta nos hemos conformado con la idea de que vayan a tirarnos la estación. Pero nuestra Feria que no nos la toquen. Con la Feria somos como los niños pequeños con los cuentos: siempre queremos que nos cuenten el mismo cuento con idénticas palabras. Porque los cambios drásticos nos inquietan y nos sacan un poco de quicio. No es envidiable, pues, el encargo que le ha caído a la concejala Velasco. Nada menos que la Feria del Tercer Centenario. La Macroferia. ¡La Madre de todas las Ferias! Una Feria del siglo XXI en una ciudad a la que todavía le cuesta pensar en euros. No lo tiene usted fácil, señora Velasco. Pero hágase cargo. Para los habitantes de esta ciudad, la repetición de la Feria es un auténtico rito de tránsito, con un sentido mucho más profundo que el de las uvas de Noche Vieja. Es nuestro modo de anclarnos en el tiempo. Por tanto, ¿cómo organizar una Feria del Tercer Centenario sin provocar graves problemas de identidad entre la ciudadanía? Me parece que eso no lo soluciona ni el Foro de la Participación.
Aunque el otro día, mientras los comentaristas de la cabalgata hacían encaje de bolillos para no prodigarse en comentarios trillados y tontorrones, uno de ellos alumbró un modo distinto de celebrar la Feria del Tercer Centenario. Lo que propuso el buen señor fue que en la Feria del 2010 todos, sin excepción, vistamos el traje regional para asistir a la cabalgata. No quiero pecar de antipatriota, pero desde este momento me niego en redondo a participar en semejante demostración folclórica. Uno tiene su pundonor y su memoria histórica, y la idea me recuerda demasiado a la España más negra, la de Bienvenido, Míster Marshall y las demostraciones sindicales en el Santiago Bernabéu. Así pues, como tampoco quiero pecar de aguafiestas, probablemente lo que haga sea perderme la cabalgata del 2010, igual que me he perdido la del 2008.
Publicado en el diario La Tribuna de Albacete el 13/9/2008
1 comentario:
Tú ni eres manchego ni eres na... Es más: me atrevería a decir que ni eres manchego ni eres na.
Y punto.
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