El grupo de humoristas británicos Monty Python ha
anunciado su regreso para el próximo verano, una única actuación que tendrá
lugar en el O2 Arena de Londres. Las 20.000 entradas que salieron a la venta se
agotaron en 43 segundos, lo que constituye un acontecimiento sin precedentes
que solo el imperio de internet puede explicar. Lo que yo me pregunto es si los
viejos Python, famosos por reírse de todo y de todos, serán capaces también de
reírse de sí mismos y de este éxito masivo con el que se encuentran treinta
años después de lo que se anunció como su separación definitiva, una cita a la
que, por desgracia, no todos ellos van a poder acudir. Faltará Graham Chapman, el
inolvidable Brian de la película, que murió en 1989. Su funeral fue
precisamente una de las últimas ocasiones en las que sus cinco compañeros
aparecieron juntos en público. El elogio fúnebre corrió a cargo de John Cleese,
que aprovechó para parodiar el famoso sketch del loro muerto, del que él y
Chapman eran coautores: «Graham ha dejado de existir. Descansa en paz, desprovisto de vida.
Quiero decir que ha estirado la pata. Vamos, que la ha diñado, que se ha ido a
criar malvas.» A continuación, advirtió a los concurrentes que no esperaran de él
un elogio fúnebre al uso. «¡Tonterías! ¡Buen viaje tenga el muy capullo y ojalá se fría en el
infierno! ¿Que por qué digo esto? Porque él nunca me perdonaría que yo
desperdiciara esta gloriosa oportunidad de escandalizar a todos ustedes».
Escandalizar era precisamente la clave del humor de
los Python, pero no porque sí, sino convirtiendo la comedia en una bofetada en
el rostro de la conservadora y bienpensante sociedad británica. En uno de los
episodios de la mítica serie Monty Python
Flying Circus, todos los sketches terminan con un tipo vestido de armadura
que se acerca al protagonista del chiste y le golpea la cabeza con un pollo de
goma. Otras veces usan una maza y hasta una pesa de diez toneladas. No hay
chiste final ni frase ingeniosa. La parodia de los Python actúa con la
contundencia de un mazazo en la cabeza, nos sacude la conciencia, nos hace ver
el mundo como una farsa absurda y nos enseña que no merece la pena amargarse la
vida por nada, porque nada tiene mucho sentido. Always look on the bright side of life, cantaban los crucificados
al final de La vida de Brian, la
misma canción que cantaron los asistentes al oficio fúnebre del funeral de
Chapman. «Mira
siempre el lado luminoso de la vida». Crítica corrosiva, sí, y contra todo lo que se movía a su alrededor.
Pero también toneladas de talento, de gracia y de ingenio. Un coro atronador de
carcajadas cuyo eco no se ha extinguido todavía. Y un mensaje que no solo no ha
perdido vigencia, sino que cada día tiene más actualidad: «La vida es una mierdecilla, si te paras a pensarlo.
La vida es un chiste y la muerte no es más que una broma. Ya ves que todo es un
show, así que no dejes de reírte por el camino. Y no olvides que tú serás el
que ría el último».
Todavía no sabemos en qué consistirá el espectáculo
que Monty Python nos van a regalar en este regreso momentáneo. No se lo
perdonaríamos si no nos encontráramos con algunos de sus personajes de siempre,
a los que algunos hemos llegado a apreciar como a ese pariente un poco chiflado
que nos visita de vez en cuando y nos alegra el día con sus chistes y
excentricidades: el barbero psicópata que estudia un esquema del torrente
circulatorio antes de afeitar a su cliente, y cuya vocación secreta es la de
ser leñador en Canadá y ejercer de travesti por las noches, el tipo que acaba
de comprar un loro y descubre que se lo han vendido fiambre, el papa del
Renacimiento ha encargado a Miguel Ángel un cuadro de la Última Cena y se queja
porque el pintor ha decidido incluir en la escena a 48 apóstoles y tres
Jesucristos (los dos flacos equilibran al gordo), además de un canguro que
asoma por el fondo. Por favor, que no se olviden de aquel individuo que pagaba
por tener una discusión ni del que solicitaba una subvención estatal porque
había inventado una manera rara de andar. Y tampoco de los cuatro hombres de
Yorkshire, que fumaban puros y bebían brandy mientras competían por ver quién había
pasado más penurias en su infancia: «Pues a mí me obligaban a levantarme a las diez de la noche, media hora
antes de irme a la cama. Desayunaba una taza de ácido sulfúrico, trabajaba
veintinueve horas al día y encima tenía que pagarle al dueño de la fábrica para
que me permitiera ir a trabajar».
John Cleese, Eric Idle, Terry Jones, Michael Palin,
Terry Gillian. Queridos, entrañables, ancianos Monty Python. Los
más salvajes y canallas, los más divertidos, los mejores. No sé exactamente por
qué volvéis. Quizás sea por dinero, o por aburrimiento, o para reíros de nuevo
de todos nosotros. Lo único que sé es que el mundo os necesita más que nunca. Y
que siempre tendréis el privilegio de ser los últimos que rían y, por tanto, los
que rían mejor.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 29/11/2013