Y no me refiero a amigos de los de verdad, sino a los de Facebook. Es
cierto que algunos coinciden, pero a los amigos de verdad ni tocarlos, porque uno
nunca sabe cuándo va a necesitar un hombro sobre el que llorar o un compañero
para irse de cañas o un préstamo de 30 euros. Pero los “amigos” de Facebook no
suelen dar semejantes prestaciones, por lo que se les puede eliminar del mapa
sin reparos ni remordimientos. Yo mismo acabo de realizar un exterminio masivo
y puedo asegurar que el pulso no me ha temblado. Mi lista de amigos estaba
próxima a alcanzar los mil usuarios, y cada vez que la repasaba la pregunta
surgía una y otra vez: ¿y este quién será? Ahora me he quedado con unos 400 pero
me siguen pareciendo demasiados. El problema es que la purga lleva tiempo,
porque para realizarse con rigor debe adoptar la forma de un test. Primera
pregunta: ¿este tipo y yo tenemos cinco o más a amigos en común? Si es que no,
puerta (sin duda se trata de un sociópata a lo mejor ni siquiera existe).
Segunda pregunta: ¿el tipo alardea de sus hazañas deportivas. ¿Sí? Vete a
correr el maratón de Tokio y no vuelvas. ¿El fulano es poeta y tortura al
respetable con sus engendros? Al pozo del olvido sin miramientos. ¿Se trata de
un filósofo o pensador aficionado? Uf, esos son los peores. Por último, ¿nos
muestra los resultados de sus logros culinarios o exhibe los álbumes de sus
vacaciones? ¡Al paredón virtual! Dicho esto, tengo que reconocer que muchos de
mis contactos me han “desamigado” últimamente, sobre todo desde que mostré el
proceso de realización de mi tatuaje, del que tan orgulloso me siento. Pero no
los echo de menos. Otros vendrán.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 5/10/2018
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