Cayó en mis manos hace poco un libro del británico John Collier, autor muy conocido por sus relatos en las décadas de los 40 y los 50. De entre todas las historias que componían el volumen, la que más me llamó la atención fue la de un joven poeta que decide renunciar al mundo por el insólito procedimiento de mudarse a vivir a unos grandes almacenes. La idea puede parecer descabellada, pero no deja de tener cierta lógica. Durante el día, el joven se ocultará del bullicio de vendedores y clientes en medio de una montaña de mullidas alfombras. De noche, saldrá de su escondite para escribir y atender sus necesidades (nada más sencillo en un lugar donde existe gran abundancia de todo lo imaginable). La gran sorpresa sobreviene cuando nuestro poeta descubre que en modo alguno se encuentra solo, y que todos los grandes almacenes de la ciudad están habitados mientras se les supone cerrados y vacíos. Sus inquilinos componen una casta de seres humanos que ha decidido apartarse del mundo exterior, al igual que él, pero sin renunciar por ello a las comodidades de la sociedad de consumo. Son seres pálidos y esquivos cuya mayor obsesión es ocultarse del vigilante nocturno (a menudo se hacen pasar por maniquíes). Tienen sus propias jerarquías y leyes. Son una «sociedad secreta» en el sentido más literal del término.
La cuestión es que hace unos días me fui a El Corte Inglés en busca de esas capsulitas de café que George Clooney nos vende con tanto gracejo, y mientras deambulaba entre aquel laberinto de estanterías y productos me dio por pensar en el relato de Collier. Qué agradable sería —me dije— dar la espalda a los innumerables problemas de lo cotidiano y venirse a vivir a este lugar. Descansar sobre uno de esos sofisticados colchones viscoelásticos que ahora se denominan «unidades de descanso», elegir nuestro condumio diario entre las delicatessen del «Rincón del Gourmet», dejar que las horas transcurran dulcemente en un salón de diseño de los varios que hay en exposición, con sus estanterías modulares, sus primorosos chaise longue y sus exquisitos detalles decorativos. Escuchar música en un equipo hi-fi de última generación a la vez que disfrutamos de un libro de los miles que nos ofrece la sección de librería. Estrenar cada día ropa de las mejores marcas. Vivir en una especie de gigantesco escaparate con todas nuestras necesidades cubiertas. Y todo ello en un ambiente regido por los más modernos sistemas de aire acondicionado, sin tener que afrontar jamás la intemperie, ni la barbarie, ni el ruido y la furia del mundo exterior. Sin necesidad de afrontar esa empresa, imposible para tantos conciudadanos, de encontrar un puesto de trabajo. Sin obligación de aguantar a tanto casposo, tanto zopenco y tanto borde. Sin lucha. Sin dolor. Sin miedo.
Puestos a pensarlo, no me parece tan disparatado como alternativa de vida, máxime ahora que nuestros gobernantes han decidido desmantelar la sociedad del bienestar al grito de «sálvese quien pueda». Lo confieso. No me gusta esta sociedad despiadada hacia la que nos encaminamos, esta cultura del despido libre, el copago sanitario y la degradación de la enseñanza pública. Y ya que el gobierno ha decidido dejar de velar por el ciudadano y cederles el timón a los bancos y las grandes empresas, parece lógico que los de a pie, desvalidos como empezamos a sentirnos, vayamos buscando alternativas.
Ya es primavera en El Corte Inglés. Vámonos todos a vivir allí para disfrutarla.
Publicado en La Tribuna de Albacete el 26 de marzo de 2012
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